En septiembre, los coleccionables tienen la cura para la nostalgia veraniega. En DesTapadas te contamos algunas de las razones de su éxito.
La crónica de la muerte anunciada del verano son los coleccionables por entregas. Cada septiembre, los kioskos son engullidos por cartones con los más variados artilugios de colecciones de abanicos, monedas, minerales o casas de muñecas. La tele nos promete cursos transformadores o la historia de Pernambuco por fascículos. El enganche no pasa de moda quizás porque, como dijo Freud, “en cada coleccionista, existe un Don Juan”. ¿Encontramos satisfacción en la eterna búsqueda de coleccionar o un ligero consuelo para afrontar el año?
Coleccionar va en nuestro ADN
Para liberar la mente antes de la batalla, Cicerón recomendaba a los altos cargos militares de la Roma clásica coleccionar conchas marinas. Aportaba esta actividad mayor relajación y menos estrés que atesorar, por ejemplo, obras de arte, ya que una de esas series valiosas podía llevar al noble propietario al exilio si al emperador de turno se le antojaba expoliar.
En cada expedición, Charles Darwin echaba al morral todas las plantas, piedras, insectos, fósiles o escarabajos que encontraba al paso. Gracias en parte a esta colección de especies, el naturalista inglés planteó la evolución biológica a través de la selección natural en ‘El origen de las especies’.
Marx creía que el coleccionismo era cosa de la burguesía y una actividad nada beneficiosa asociada con la obsesión o la excentricidad (lo que aún retumba). Sigmund Freud vinculaba esta tarea a la etapa anal y describía la personalidad del coleccionista como exenta de cariño y orden. Pura ironía, pues sus pacientes desembuchaban desde un diván rodeado por miles de estatuas, anillos, jarrones y piezas de la antigua Grecia, Egipto o China. La sala de consultas donde pasó 40 años era un museo de cachivaches donde invirtió una fortuna. Cosas del psicoanálisis.
Para todo coleccionista, su colección es su tesoro. Como Gollum y el anillo, el poder que despierta es un sentimiento difícil de batir y también de satisfacer, porque siempre habrá más y algo faltará. Es una cacería. Acumular una serie de objetos con orden ayuda a controlar el tiempo. Aunque sea por entregas, las colecciones mantienen su enganche y siguen llegando fiel a su tradición. Sin mirar el calendario, sabemos que el verano llega a su fin ¡al brotar de los fascículos!
Coleccionables para todos los gustos
Según la plataforma de comercio electrónico eBay, un 35% de españoles colecciona álbumes y cromos. Triunfa el fútbol, seguido del universo Disney y Pokemon. Los que se decantan por coleccionables de alta gama, como las antigüedades, bajan al 24%; seguidos de cerca por las colecciones de objetos de películas o series de ficción.
Está comprobado estadísticamente que la gran mayoría no pasa de la quinta entrega de la colección y sólo uno de cada cien logra terminar. Aunque estas cifras no desalientan a las editoriales, que cada septiembre hacen su agosto y tratan de reinventarse -con más o menos memoria- lanzando coleccionables que despierten y renueven ese atávico instinto de coleccionista que hay en ti.
“Vehículos de Asistencia en Rally”, los “Cascos de Valentino Rossi” o “Abanicos de Mujeres Extraordinarias” son algunas de las novedades en coleccionables de este año 2022. Junto a las figuras articuladas de Robocop o Iron Man, se mueven también réplicas del coche KIT a escala, el famoso Delorean de ‘Regreso al Futuro’ o la máscara de Tutankamón. Y como los clásicos no fallan, también asoman los primeros enseres de casas de muñecas o los fascículos dedicados a la gran dama del misterio Agatha Chirstie: la colección “definitiva”.
Los cromos son uno de esos productos que no tienen rival a la hora de mantener la ilusión. El efecto ‘Patio de recreo’ en su esplendor. Eso lo sabe el principal distribuidor del mercado español, Panini, que facturó en 2019 -un año antes de la pandemia- 56 millones de euros por estampitas. Las ventas pueden triplicarse cada cuatro años, con el furor de los álbumes especiales del Mundial de Fútbol que ya han migrado también al metaverso con el primer álbum de cromos en NFT para el Mundial de Qatar.
Funcionan porque apelan a la ilusión del inicio, el comienzo de algo bonito y con garantía de mantenerse. Un precio de salida irresistible que se triplica en sucesivas entregas se convierte al final en abandono; pero nos gusta coleccionar y cuando “es la pasión la que condiciona el precio, es difícil poner un límite al gasto si la pasión no conoce límites” (Cicerón dixit).
Todo por una colección
Con una fortuna que a finales del siglo XIX rondaba el billón de dólares, la célebre dinastía de financieros judíos Rothschild estuvo al borde de la ruina por los sablazos que los hermanos Charles y Walter dieron a la fortuna familiar para acumular la mayor colección de animales de la historia: más de dos millones de mariposas, 20.000 huevos de ave, más de 150 tortugas gigantes y hasta una jirafa con cinco cuernos.
El coleccionismo puede llevar al desastre pero también amasa fortunas. La reina Isabel II del Reino Unido tenía en su haber privado una colección filatélica que supera los 400 millones de euros. Iniciada por su abuelo Jorge V en 1905, el entonces príncipe de Gales pagó 1.450 libras esterlinas por un sello de dos peniques de Isla Mauricio. La prensa lo tachó de “chiflado”. Hoy está valorado en 550.000 libras.
Y están los que, por los pelos, se enredan como John Reznikoff en coleccionar mechones de personajes como Elvis Presley o Marilyn Monroe. Unos pelines de Justin Bieber alcanzaron en subasta casi los 33.000 dólares. En el portal de subastas Catawiki se han vendido pelos del ex Beatle, George Harrison, por más de 2.600 euros. ¿Alguien da más? Por un solo filamento de cuatro milímetros del cabello de Napoleón, cortado en sus últimos años en la isla de Santa Helena, 2.400 euros. ¡Pelillos a la mar!
Coleccionables, ¡ya está en su kiosko!
La fórmula de los coleccionables sigue teniendo suficiente atractivo como para seguir siendo explotada por las editoriales desde los años 80 hasta ahora. Junto a enero, septiembre es un mes de nuevas promesas y el marketing se aprovecha de ello. El truco es simple: basta un precio de lanzamiento atractivo y una buena ración de anuncios televisivos para hacerte caer en sus redes.
La competencia es abrumadora, pero las grandes editoriales como Planeta DeAgostini o Salvat siguen generando engagement con colecciones convertidas en auténticos clásicos. El marketing lo tiene claro porque el deseo de coleccionar es tan antiguo como el ser humano.